A las 10.14, 24 años después, “la culpa sigue siendo de Charly”

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Habían pasado 24 años desde aquella noche en el Teatro Coliseo, pero para Martín Ameconi los sonidos seguían vivos en su memoria: el murmullo de la fila, el roce de las entradas en la mano y ese instante en que la ansiedad del público se convertía en un silencio reverencial porque todos sabían que él estaba por aparecer. Era octubre de 2001 y Charly García cumplía 50 años. Para Martín, fue su primer recital del músico, casi una primera comunión musical, un antes y un después que marcaría su vida para siempre. Desde entonces, Ameconi honra día a día a Charly García con un amor que considera sellado de por vida. Su personaje “Salva”, creación propia, está presente en cada escena de la secuencia que dibujó recordando aquella noche épica del rock nacional, exactamente 24 años atrás.
En aquel entonces era apenas un chico de Marcos Paz que dibujaba y soñaba con rozar el misterio que Charly representaba. Lo había escuchado incontables veces: en la cocina de su casa, en los viajes a la costa, en los veranos de Mar del Plata que luego inspirarían el libro La culpa la tuvo Charly García, donde narraría sus vacaciones adolescentes. Sin embargo, esa noche lo vio por primera vez en persona.
El Coliseo palpitaba como un corazón desordenado. La gente hablaba en voz baja, como si entrar a ese teatro fuese ingresar a un templo. A las 22:14 se apagaron las luces. Esa hora quedó grabada para siempre en su memoria —y en su muñeca también—: desde entonces lleva un reloj Casio negro, igual al del dibujo, como una especie de altar portátil.
El cumpleañero apareció envuelto en bata, con su caminar de equilibrista, mitad genio, mitad sobreviviente. El público estalló: se levantó, gritó, lloró. Al comienzo todos estaban sentados, casi obedientes, pero bastó un acorde para que el mundo se desordenara. Con el canto de El que no salta es un militar, el teatro entero tembló.
La escena y la secuencia A veces, los recuerdos quedan más nítidos en imágenes que en palabras. Por eso Ameconi dibujó la secuencia: la espera, la entrada en la mano, la mirada atónita del que no puede creer lo que vive, los pies que se despegan del piso justo en el momento de la aparición del ídolo. En la viñeta final, Charly es gigante y él aparece diminuto, tal como sintió aquella noche: frente a alguien que, sin saberlo, le cambiaba la vida.
El público también guarda ese recuerdo. Cuando compartió la secuencia, muchos le escribieron contando que estuvieron en ese recital o en otros. Uno le relató que aquella noche Charly apareció pasadas las 22:14, que el show fue corto pero feliz, con Hilda Lizarazu cantando y recorriendo el escenario con su hija bebé a upa. Otra persona, desde Caracas, confesó haber sentido lo mismo al ver a Charly por primera vez a los 15 años, y que a los 50 esa emoción seguía intacta.
Fue entonces cuando Ameconi comprendió algo: Charly no solo transformó a quienes lo escucharon, también los unió. Les dio un idioma común, una emoción capaz de sobrevivir a los años y a las distancias.
Hoy, en su cumpleaños número 74, Martín vuelve a celebrarlo convencido de que todo lo que dibuja, escribe o crea conserva algo de aquella noche, de ese sonido y de esa luz. Siente que Charly le enseñó que el arte es una manera de estar vivo, aun cuando duela o el mundo parezca derrumbarse. A veces cree que no eligió ser dibujante: fue Charly quien lo dibujó primero.
Cada trazo, cada línea y cada historia siguen siendo su modo de agradecerle. Porque, al final, la culpa —como siempre— la tuvo él.     Mariano Plaza