LA «PARTÍCULA DE DIOS», del Cabildo Virreynal al Federalismo rioplatense

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En Física teórica, el Bosón de Higgs, bautizado por el periodismo como «la partícula de Dios», es la clave que otorga masa a las partículas elementales, dando forma al universo. Sin esta diminuta entidad, el cosmos sería un caos de pura energía, sin materia ni estructura. ¿Y en una nación? ¿Cuál sería su partícula fundacional, aquella que le da cuerpo, organización y sentido a una comunidad humana? En Argentina, esa partícula fueron los Cabildos virreynales, los primeros órganos de gobierno local que gestaron el federalismo, los municipios y sembraron la semilla de la soberanía nacional.

Estos Cabildos, primera experiencia de gobierno local, no eran meras instituciones virreynales; eran el corazón vivo donde la vida cotidiana se cruzaba con la política. Desde sus salas se organizaba la defensa contra amenazas externas, se regulaban los mercados para garantizar el sustento, se atendían las urgencias de los vecinos. Eran el centro nervioso de una comunidad con rostro, con voz, con poder real. Allí, en reuniones abiertas, se forjaron decisiones históricas: desde la creación de milicias hasta la resolución de disputas locales, sentando las bases de una patria nacida desde abajo. Este espíritu fundacional impulsó un Big Bang institucional que dio origen al federalismo rioplatense, expandiendo el orden político desde cada rincón del Virreynato Rioplatense.

Sin embargo, ese estallido creativo se detuvo abruptamente. En 1861, con la victoria definitiva del centralismo porteño tras la batalla de Pavón, se clausuró el proceso de expansión federal. El poder comenzó a concentrarse en Buenos Ayres, transformando a los municipios en meras oficinas administrativas, despojados de autonomía y voz propia. Esta centralización apagó la energía creadora de los pueblos, dejando un país desequilibrado, con regiones olvidadas y decisiones tomadas a cientos de kilómetros de quienes las padecen. Imaginen un universo donde el Bosón de Higgs deja de funcionar: todo colapsaría en un desorden caótico. Algo similar le ocurrió a Argentina: su partícula de Dios institucional se debilitó, generando desigualdades marcadas, municipios empobrecidos y una desconexión entre el poder y la gente.

A pesar de esto, esa energía latente no ha desaparecido. Permanece viva en las comunidades que luchan por su autonomía, en los intendentes que conocen a sus vecinos por nombre, en las asambleas barriales que organizan la vida común frente a la indiferencia estatal. El federalismo verdadero no se decreta desde la Casa Rosada ni desde un ministerio lejano; nace en el Concejo Deliberante de un pueblo chico, en la escuela donde se debate el futuro, en la plaza donde se teje la solidaridad. Hoy, más que nunca, necesitamos reactivar ese Big Bang del federalismo, y el camino es claro: devolver a los municipios su autonomía plena.

El primer paso es garantizar el respeto a sus competencias, poner fin al tutelaje de las provincias y otorgarles Cartas Orgánicas propias que les permitan organizarse, producir y administrar justicia local. Estos documentos no son simples formalidades; son el ADN de cada comunidad, reflejo de sus necesidades y aspiraciones. Un municipio autónomo puede planificar su desarrollo, invertir en infraestructura resiliente ante desastres naturales, fomentar la economía local y responder con agilidad a las crisis. Por ejemplo, un pueblo con carta orgánica podría gestionar fondos para drenajes ante inundaciones, algo que hoy depende de decisiones burocráticas lejanas que llegan tarde.

Ahora, ¿qué país queremos construir? ¿Uno dirigido por burócratas de traje que nunca pisan el barro, que desconocen las urgencias de los campos inundados o los barrios sin agua? ¿O uno donde los pueblos sean protagonistas de su modelo de desarrollo, con intendentes y concejales que respiran el aire de sus tierras? ¿Qué administración necesitamos? ¿La de la dependencia eterna, donde las provincias actúan como intermediarias obedientes del centralismo, o la de la libertad organizada, donde cada municipio activa su potencial creador?

Reactivar este Big Bang no es solo una cuestión técnica de leyes o presupuestos; es una decisión política y cultural profunda. Implica confiar en la inteligencia colectiva de quienes habitan y aman su tierra, en la capacidad de los vecinos para decidir su destino. Es reconocer que la fuerza de una nación no reside en un solo centro, sino en la diversidad de sus partes. Históricamente, los Cabildos demostraron que el poder local puede ser innovador y resiliente; hoy, esa lección debe guiarnos.

Pensemos en el futuro. En un escenario de cambio climático, con sequías e inundaciones más frecuentes, los municipios autónomos podrían liderar adaptaciones locales, desde cultivos resistentes hasta sistemas de alerta temprana. En un contexto de crisis económica, podrían impulsar economías circulares, apoyando a pequeños productores sin esperar subsidios nacionales. Esta descentralización no solo fortalece la democracia, sino que revitaliza el tejido social, devolviendo a la gente la sensación de pertenencia y control sobre su vida.

Porque, como el universo existe gracias a una partícula mínima pero poderosa, la Argentina del futuro sólo será posible si reconocemos a sus municipios como las partículas de Dios del federalismo. Es hora de que cada pueblo encienda su Bosón, que cada comunidad recupere su voz y su poder. Este no es un sueño utópico; es una necesidad urgente para un país que quiere sobrevivir y prosperar en el S.XXI.

Luis Gotte
Mar del Plata
luisgotte@gmail.com
Coautor de Buenos Ayres Humana I: la hora de tu comunidad (Ed. Fabro, 2022); Buenos Ayres Humana II: la hora de tus intendentes (Ed. Fabro, 2024); y en preparación: Buenos Ayres Humana III: La Revolución Bonaerense del Siglo XXI, las Cartas Orgánicas municipales.

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